Imagen
Viernes Santo

6 de abril de 2012

María de Lourdes Santiago Negrón

Partido Independentista Puertorriqueño

Séptima Palabra: “Padre, en tus manos encomiendo  mi espíritu.”
Lucas, 23: 46

            Con estas palabras, el hijo de  Dios exhala por última vez y deja de compartir nuestra naturaleza carnal para regresar, bajo el misterio de la Trinidad, al Padre que es él mismo. Es la despedida del plano mortal del niño del pesebre, el predicador de la montaña, el amigo de Lázaro, el hacedor de milagros, el Cristo martirizado.   Es el fin del camino hacia la cruz, la vuelta a la divinidad y la rendición a una voluntad superior, una ruta que –aun en la encarnación del Salvador, no está exenta de vacilaciones.  Quizás por eso Mateo, Marcos, Lucas  y Juan,  escogieron que sus testimonios, destinados a convertirse en la base de la fe cristiana, fueran la historia de una vida, y no sólo una antología de enseñanzas.  Por humano, por ser carne, sangre, tejido, como lo somos nosotros, Jesús se enfurece con los mercaderes del templo, llora la muerte de Lázaro antes de resucitarle, pide al Padre, con sudor de sangre,  que aparte el cáliz de sufrimiento que como Salvador debe apurar, y reclama, ya en la cruz, el abandono de Quien lo ha enviado.  Es entonces cuando, habitada la carne, cumplida la tarea y sembrada la fe, dice: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, para cruzar la puerta de mortalidad y regresar resucitado.

            Pero quizás, para nosotros, inquilinos del cerco carnal que es nuestro cuerpo, atados así por nuestro pobre entendimiento de las cosas, cada cual con su pequeño Calvario, con la cruz que le tocó o que escogió, esas deban ser también palabras que marquen inicios, recordatorio de que sólo la fe –por encima de la razón, desoyendo la tentación de la desesperanza fácil-- trae la luz.  Porque únicamente esa confianza en un Algo superior puede energizar, contra toda señal que nos quiera mover en otra dirección, la voluntad para hacernos responsables del dolor de los otros, para dar  vida y sentido a la  solidaridad que debe ser la base no sólo de los que aspiran a imitar a Cristo, sino de los que asumimos, por una u otra vía, la responsabilidad de ser parte de la vida  pública  y de los procesos políticos de nuestro país.  Para mí, ese ejemplo de fe absoluta, de devoción completa a la causa de la libertad, de martirio consciente, fue Lolita Lebrón, la conjunción pura de la cristiandad y el independentismo, viviendo ambas convicciones como una misma cosa, entendiendo que el mandato divino del Deuteronomio: “De entre los tuyos escogerás un rey, no pondrás sobre ti a un extranjero, a uno que no sea tu hermano”,  requería disposición humana para hacer mejor, el reino de este mundo.

            Hoy, en nuestra isla, demasiada gente ha sucumbido al cinismo, que no es otra cosa que el disfraz más cruel de la desesperanza, agobiados por la presencia extendida del Mal en la vida de los puertorriqueños y puertorriqueñas: las familias y las comunidades desintegradas, la violencia a plena luz del día, el abuso de los poderosos, el desprecio a los que sufren, la intolerancia, la corrupción en el servicio público.  Es la cruz de nuestra Patria.  La pregunta es ¿qué queremos ser?  ¿Espectadores de la ruta del Calvario, o Cirineos que lleven parte del peso de esa cruz?  Las últimas palabras de Cristo nos invitan a buscar esa respuesta  más allá de la materia, a dejar las dudas, el sufrimiento, lo por venir, en manos de su Padre,  en la forma que sea que tome la fe de cada uno y cada una.  Porque ante las puertas cerradas por el abatimiento y la desesperanza, sólo hay una contraseña infalible: el abandono en que la razón se entrega a la esperanza, el ejercicio constante y renovado de la fe.




Leave a Reply.